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El cellista nacional Sebastián Mercado comparte traducción de interesante artículo sobre el Violonchelo barroco y su ejecución

El Violonchelo barroco y su ejecución
Autor: Marc Vanscheeuwijck

Traducción: Sebastián Mercado Vrsalovic

Vanscheeuwijck, Marc (1996) “The Baroque Cello and Its Performance,” Performance Practice Review: Vol. 9: No. 1, Article 7. DOI: 10.5642/perfpr.199609.01.07

Texto original Disponible en: http://scholarship.claremont.edu/ppr/vol9/iss1/7

El instrumento que actualmente llamamos chelo (o violonchelo) se desarrolló aparentemente durante las primeras décadas del siglo XVI a partir de una combinación de varios instrumentos de cuerda de origen Europeo popular (especialmente los rabeles) y la vielle. A pesar que nada nos impide formular la hipótesis que el bajo de los violines apareció al mismo tiempo que los demás miembros de esa familia, la evidencia más temprana de su existencia se encuentra en los tratados de Agricola,1 Gerle,2 Lanfranco,3 y Jambe de Fer.

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Reseña de libro de Ramiro Albino en El Mercurio

Una nueva manera de redescubrir un patrimonio americano:
Asómese a la riqueza musical de la Colonia


Romina de la Sotta Donoso
Cultura, El Mercurio
lunes, 13 de febrero de 2017 Pag. A7


El investigador trasandino Ramiro Albino presenta un volumen de bolsillo que ofrece una panorámica de 300 años de práctica musical que han sido olvidados.

Con su conjunto barroco, Capilla del Sol, el mendocino Ramiro Albino (1970) ha llenado varias veces el Teatro Colón. Lleva 20 años trabajando con este repertorio; además de tocar el arpa, hace investigación musicológica y difunde contenidos musicales en radios y revistas.

Ya está en Chile su último libro, "Música Colonial Hispanoamericana" (278 páginas, Musicantiguaenchile.cl y en versión digital en ramiroalbino@hotmail.com). El volumen funciona como una introducción a una etapa particularmente prolífica de nuestra historia que estuvo olvidada. Se centra en la práctica musical, evita los conceptos complejos y las abstracciones, y entrega un relato ameno que vincula el contexto histórico y la música que sonó en América por tres siglos.

"Son 300 años que se nos han presentado como una especie de Edad Media, sin demasiada identidad y que solo sirvió para vincular las imágenes casi míticas del período precolombino con el glorioso nacimiento de las naciones actuales. Se intentó destruir el mundo colonial", denuncia Albino.

Las primeras piezas coloniales que se identificaron y transcribieron en América fue en 1931. "Pero los primeros antecedentes de recuperación no superan el medio siglo. Estuvimos cerca de perdernos este acervo. Hubo partituras en la basura, como las de la esclava chilena María Antonia Palacios, y otras dispuestas como papel de baño en Chiquitos", exclama. La epopeya del rescate ocupa un capítulo del libro, e incluye los aportes de los chilenos Samuel Claro, Víctor Rondón y Alejandro Vera.

"Este es el libro que me hubiera gustado leer hace 20 años. Lo ideé pensando en qué quiere el público que escucha música por gusto y en qué necesita un intérprete", dice el autor.

El volumen es de bolsillo y parte con la gran paradoja de la conquista: ¿Cómo pudo fundarse un mundo musical de tanta belleza en un modelo social tan poco inclusivo como el de las colonias españolas en América?

Explora largamente la febril actividad musical de las misiones jesuíticas en Sudamérica y cómo estos religiosos estudian y se apropian de la cultura local, con foco en lo lingüístico. "Los jesuitas aprendieron las lenguas indígenas antes que los pueblos y adaptaron a los indígenas a la vida europea, los vistieron, los peinaron y los pusieron a estudiar violín y órgano. A eso se suma que los indígenas americanos tenían un gran gusto por la música", detalla. Cuando fueron expulsados en 1767, los indígenas y mestizos que habían formado se redistribuyen por la región y siguen haciendo música.

Albino aborda también cómo funcionaban las capillas musicales y cuán diferentes fueron, según la riqueza local. Mientras la capilla de la Catedral de México tenía 35 músicos en 1647, la de Santiago se formó recién en 1721 y solo tenía un cantor, bajón, arpa, órgano y cuatro niños de coro, más el maestro. Es decir, parecía del siglo XVII.

No obstante, la música fue una constante continental. "Había fiesta todo el año. Estaba la música de la iglesia, es decir, las obras canónicas con música: vísperas, laudes, etcétera. Aparte de esto, en las fiestas más importantes había también villancicos, afuera de la iglesia, y en algunas había procesiones o después, fiestas en casa del obispo o del gobernador. Los músicos de las capillas trabajaban sin parar. Era de locos", comenta Albino. Baste considerar que en algunas diócesis había 200 fiestas eclesiásticas al año.

En todo caso, alerta, aún falta por descubrir: "Existían muchos repertorios que no conocemos mucho, por ejemplo, los repertorios domésticos y, en concreto, las canciones de cuna y las canciones infantiles".

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