Claudio Hernández presenta obras para laúd de Dowland y Kapsberger en su proximo concierto.

Domingo 23 de Julio, 19:00 hrs.
Sala de Exposiciones DCB
Avenida Vitacura 5875, Vitacura

$3.000 Adhesión general
$2.000 Socios




Semper Dowland, Semper dolens”. El juego de palabras del propio Dowland es aún el comentario particular repetido más a menudo acerca del compositor. Sin embargo, no es nada fácil determinar hasta qué punto pretendió que este autorretrato fuera un comentario sobre su carácter o, mas bien, sobre su música. Es indudable que muchas de sus canciones se inspiraran en la propensión de la época Isabelina y Jacobita a la melancolía, aunque no era raro que esa actitud adoptase la forma de una agudeza. A pesar de estas salvedades, parece poco dudoso que Dowland era proclive a sufrir ataques de melancolía, pero, según hemos visto, fue también un hombre de emociones complejas capaz de arranques de pasión que invalidaban cualquier consideración práctica. En el prologo a “A Pilgrimes Solace” hallamos la reacción exagerada de Dowland con motivo de sus aventuras en Italia. En ambos casos es poco probable que los resultados redundaran en beneficio del compositor y resulta difícil oponerse a la valoración de Holman, quien afirma de él que “fue a veces el peor enemigo de sí mismo”. Es bastante seguro que, durante gran parte de su vida, Dowland fue victima del ardiente sentimiento de injusticia y frustración que le provocaba verse continuamente postergado por la corte inglesa, lo cual podría explicarse a su vez porque en aquel circulo se le consideraba persona “difícil”. Esta conclusión adquiere mayor credibilidad a la luz de una observación de su amigo Henry Peachman citada a menudo según el, el laudista “dejo escapar muchas oportunidades de mejorar su suerte”. Al igual que Mozart, Dowland era, indiscutiblemente un hombre orgulloso muy consiente de sus facultades. Entre las vidas de ambos hay, además, otros paralelismos. Dowland parece haber sido, como Mozart, un mal administrador de sus propios asuntos, según darían a entender dificultades que experimentó en la corte danesa, a pesar de su esplendido salario. Aunque resulte incompleto, el retrato que se desprende de ello es el de un genio quisquilloso, un hombre de sentimientos intensos que padeció en su estado de animo violentos altibajos que hoy asociaríamos a un carácter maniaco depresivo.

Tras la muerte de Dowland, su música se mantuvo viva gracias a unas pocas obras suyas en particular en Europa, donde algunos compositores crearon variantes de sus famosas “Lachrimae”. A pesar de que en el prólogo a “The First Book of Songes” Dowland había prometido publicar sus piezas para laúd, el compositor no las dio nunca a la imprenta. En consecuencia, a excepción de nueve piezas incluidas en el libro de su hijo Robert “Variete of Lute-Lessons” (1619), el resto de su música para ese instrumento conservada hasta hoy se ha de buscar en diversas fuentes manuscritas, muchas de las cuales son de origen o fecha desconocidos. Al existir varias versiones de algunas de ellas se acentúan mas aún los problemas con que nos enfrentamos los intérpretes actuales,que debemos decidir cual parece ser la más auténtica.

La gama de obras abarca, pues, desde formas de danza (pavanas, gallardas, alemandas, corrientes y jigas) y versiones de melodías de baladas populares de la época, como por ejemplo complejas variaciones sobre Loath to depart, hasta fantasías libres que hacen alarde de una suprema destreza contrapuntística. Muchas de las piezas llevan nombres de cortesanos famosos e incluso monarcas de la época con quienes Dowland tuvo alguna relación. Disponemos así de asi de su “The Most Sacred Queen Elizabeth, her Galliard” y de personajes tan notables como el conde de Essex, de la cual en este programa está la intabulación de la canción “Can she excuse”. Pero los destinatarios no solo fueron personajes de renombre y de alto rango. En los vivaces ritmos de 6/8 tenemos una de las piezas mas deliciosamente chispeantes de Dowland, mientras en particular de dos grandes fantasías incluidas en este programa, Farewell y A Fantasia, ambas están construidas sobre una línea cromática reiterada, que en el caso de Farewell es una figura ascendente, y en A Fantasia es descendente. Las dos fueron realizadas con una habilidad suprema y utilizan armonías sumamente sutiles donde el talante de Farewell bebe de las profundas aguas del pozo de la melancolía, A Fantasia alcanza un grado de angustia emocional notable incluso para Dowland.

Así nos sumergimos en un ambiente de melancolía y obscuridad donde lo único que nos trae a la mente es que “Semper Dowland, Semper Dolens” será el epígrafe con el que el gran John Dowland nos transportara a lo mejor de la época de oro de Elizabeth I.

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